Telam SE

Reseñar un libro de Spinetta sin hablar de él, de su particularísima figura, es imposible. O, invirtiendo el caso en modo de pregunta ¿qué diríamos de Guitarra negra, su único poemario, si el autor fuese un desconocido? Quizás, poco, o nada: como bien ironizó alguna vez Guillermo Boido “La poesía no se vende porque la poesía no se vende”.

Aquella tautológica máxima, tan ácida como ajustada, aplica aquí a una publicación que acaso sí pudo haberse vendido, dada la fama del autor, pero no; no se vendió. O al menos no lo que un disco. Tampoco recibió críticas elogiosas por parte del ínfimo pero hostil gremio poético-literario, siempre refractario –como ocurrió con Dylan y el Nobel– a reconocer entre sus pares a miembros de la fauna rockera.

Cierto es también que las grandes letras de canciones no son en sí mismas grandes poemas. Dicho de otro modo, más allá de la canción, son muy pocas las líricas que se sostienen por sí mismas. Aunque hay excepciones: Palo Pandolfo, Miguel Abuelo, Juan Pablo Fernández… alguna vez Javier Martínez, Litto Nebbia, o el inconmensurable Charly García, estos últimos quizás más cerca del aguafuerte o la crónica.

La música de la letra

 
Luis Alberto, definitivamente, era una de esas excepciones.  Su obra dispara ráfagas: Credulidad, Por, Para ir, Los elefantes, Laura va, Barro tal vez, Tema de Pototo, Perdonado, Cantata… esa misma andanada de metáforas pudo haber sido editada y encuadernada con gravitación propia.

Guitarra negra resultó desparejo, y era lógico: sin las alas de la música, ciertas líneas tambaleaban. Pero en cambio otras,–parafraseando a Federico Moura– recrudecen la propia voz spinetteana, cantan solas un salmo: “Irán a encontrarse/dos amantes innatos/ que no se aman/ pero conocen los lugares estériles/para precipitar” dice por allí Luis, que ve lo mínimo con ojos máximos.

Dividido en siete partes sin título y una octava ambiciosamente nominada “Escorias diferenciales del alma de la letra poética”, Guitarra Negra, de ser instrumento, hubiese sonado furiosa, distorsionada

Entre los músicos circuló mucho; la mayoría acariciaba el preto, angosto, emblemático librito, más como un objeto de culto que como un poemario. Si lo había escrito el Flaco ¿cómo no comprarlo, tenerlo, llevarlo de aquí para allá, escudriñarlo? Acaso de esos versos brotara una revelación, una llave en su palabra de brujo blanco que nos abriera más puertas y mundos como los de su música.Y algo siempre brota para quien se deja atravesar: “Tomen del cuerpo del que corría, su viento/ en el que se han trasladado sus exequias/ inunden su alma/ con la energía de toda finitud”. Casi un epitafio anticipado del gran bardo argentino.

El volumen en cuestión anunciaba desde la portada una actitud muy suya; incomodadora, cabeza abajo, en un contraste inquietante de planos negros que facetan ese rostro anguloso y único.

Dividido en siete partes sin título y una octava ambiciosamente nominada “Escorias diferenciales del alma de la letra poética”, donde el autor vira de a ratos a la prosa ensayística, Guitarra Negra, de ser instrumento, hubiese sonado furiosa, distorsionada.

“Caminará el sacerdote sediento/ los faldones de tierra/ que separan las verjas/ de la iglesia sombría/ a la que ya nadie acude/ el lobo aullará despertando a la gente/ y sólo será su quejido/ motivo de vigilia y espera/ vendrán a quitarle los rostros”: No eran páginas amables estas publicadas en 1978.  Tampoco lo era para la Argentina la época en que la iniciativa editorial vio la luz. 

«Leer basura daña la salud; lea libros»

Quizás otras páginas le hayan quedado por escribir a quien siempre sorprendió con inteligencia a veces surrealista. Sus opiniones, su filo, su humor, solían exceder a sus canciones y brillar en declaraciones varias.

Así, como lector voraz que fue, incluso militó en tal sentido, por ejemplo desde aquella paradigmática foto que fue tapa de la revista Gente, donde apelaba por los libros usando el propio envión de la frivolidad a favor de la causa: «Leer basura daña la salud; lea libros» decía el cartel que llevaba el Flaco colgado al cuello.

La novela que no fue

La iniciativa expresamente literaria ya registraba un antecedente en la vida de L.A.S. Durante un largo viaje de siete meses que en el año 1971 lo llevó a Brasil, EEUU y Europa, el músico quiso escribir un relato emulando las “road novel” de los beatniks del sesenta.

El intento no prosperó: “Creí que había escrito una novela paranormal, pero en realidad, releyendo los textos te das cuenta de que estaba bastante loco. No estaba todo lo bien como para hacer una obra genial”, le confesaría tiempo después el propio autor a su biógrafo Eduardo Berti, que volcó ese testimonio en “Spinetta: crónica e iluminaciones”.

Guitarra negra, por su parte, sin prisa ni pausa, siguió reeditándose y alimentando el mito, reescribiendo (aun ya escrito) el pasado y el futuro, porque ese es el destino y el poder del artefacto libro, siempre vigente, vivo, a sus más de cinco siglos de edad, contra todo presagio. Como las canciones, como la palabra del poeta, que nos sigue hablando. 

Lo leíste en #Radio80sa.com

Abrir chat
Comunicate con nosotros!
Hola, en que podemos ayudarte?
A %d blogueros les gusta esto: